miércoles, 20 de enero de 2010

Perder



de PANIKO.cl de Vadim Vidal

Lo peor de vivir cerca de Plaza Italia es que escuchas las celebraciones hasta que se acaban. Y cuando no es tu bando (futbolístico o, como en este caso, político) el que celebra, es como si te sacaran en cara la derrota durante horas. Es perder dos veces.

Lo que más me dolió de la derrota del domingo es ver cómo la gente celebraba. No que llevaran bustos rascas del Tata, o escuchar las imbecilidades que decían con sus caras desfiguradas por la televisión. Sino sentir que festejaban por haber recuperado algo largamente perdido. Y no me explico bien qué puede ser eso.

Lo demás son detalles, como el del mozalbete tontorrón que escribía en Twitter que el diario La Nación era como el Granma o el otro avispado que posteba que no quería que SU país volviera a ser como la RDA. Como si hubiéramos vivido 20 años de socialismo real, con partido único o cosas así. Ignorancia pura.

Pero está bien que duela, porque no hay nada peor que perder y no sentir nada. Como los jugadores de la Católica. Si no duele, van a levantar la copa mil veces en tus narices. Sin Maracanazo no hubiera existido Pelé, por decirlo así.

Perder no estaba en mi memoria. O sea, estaba el gesto de rebeldía de votar por la izquierda extraparlamentaria, pero siempre con la certeza de que el gobierno iba a quedar en la Concertación. No que iban a ganar ellos, los que ganaban en todos los demás ámbitos menos en el político. Más que el mal menor, la Concertación, para mi, era como el padre al que uno puteaba, pero volvía a saludar a la hora de la cena. O le pedía la mesada igual no más.

La Concertación era la familia, los amigos, los conocidos. Los que nos daban la oportunidad de sentirnos incómodos, golpear la puerta, irnos un rato, pero volver al poco tiempo. Y esa casa ya no va a estar. Y vamos a tener que convivir con un padrastro millonario y prepotente (pero siempre buena onda) que desplazó a tu papá por fome, por pegado, por mediocre. Y va a llegar con sus hijos buena onda también, carreteros, viajados, cabezones, buenos para la pelota, pero que lo abandonan todo el domingo para ir a misa de 11.

Lo que más me duele de la derrota no es la alegría de los otros. Son los argumentos de los míos. Escucharlos culpar a la gente por tonta. Un clasismo tan sin sentido como el asistencialismo de la UDI o El Techo (recuerden, al Techo para Chile se le dice así: El Techo).

Gente progre que nunca hizo nada salvo ir a votar nulo. Que jamás se inscribió en su sindicato, ni trató de levantar uno, ni fue a una marcha, ni reclamó por nada. Gente que un día leía No Logo y al siguiente le buscaba reemplazante al que tomaba licencia. O recortaba presupuestos mientras se construía su casa de veraneo en Tunquén. Si la derecha creció (lleva 10 años haciéndolo), amigos, no fue por la tontera de la gente, sino también por la comodidad de alegar y no hacer nada de quienes se supone eran los “concientes”.

Y ahí están los mails desesperados escritos en alta, y los inútiles grupos de Facebook y los tweets ingeniosillos. Esquirlas de la derrota.

Ahora hay que ir a ver al papá a su horrible departamento nuevo y ver cómo hacemos para que las cosas vuelvan a ser como eran antes.

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